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Soledad no deseable

“No es bueno que el hombre esté solo” (Gén 2.18ª). Más allá de adelantar la preciosa unión complementaria del hombre y de la mujer, ambos juntos imagen de Dios (Gén 1.26), como lo precisa la segunda parte del versículo: “haré ayuda idónea para él ( o “haré una ayuda que sea su vis-à-vis” (o alter ego), esta declaración general muestra que el hombre o la mujer (casado/a o soltero/a) han sido creados para vivir en sociedad, para bendecir a otros y ser bendecido por otros en una solidaridad humana. Si bien hay un lugar para la soledad asumida y enriquecedora, la otra cara de la soledad es siniestra.

Un par de pensamientos para la reflexión:

“Una de las maldiciones de la soledad, es que te obliga a pensar excesivamente en ti mismo” (Prieur)

“La soledad es al espíritu lo que el ayuno es al cuerpo, a pequeñas dosis es saludable pero a gran escala es mortal” (Vauvenargues).

En lo que se refiere a la voluntad de Dios de que seamos bendición para otros, especialmente cuando lo necesitan o que podamos beneficiarnos de la bendición de la ayuda de otros cuando nosotros lo necesitamos, topamos con un problemón que señalan Cloud y Townsend en su famoso libro Límites:

“Desde la Caída, nuestra primera reacción al estar en problemas es aislarnos, retirarnos de las relaciones personales, mientras, de hecho, es cuando más necesitamos a los demás. (¿Recuerdas como se escondieron de Dios Adán y Eva cuando comieron del fruto prohibido?) Cuando estamos en problemas, en razón de nuestra falta de seguridad, de la pérdida de la gracia y de nuestra vergüenza, nos replegamos en nosotros mismos en vez de abrirnos a los otros.» Y esto es un problemón. Cómo lo dice el Predicador en el Eclesiastés: “¡Ay del solo que acaba de caer sin tener a nadie para ayudarle a levantarse!” (traducción de la Bible du Semeur BS).

Bastante obvia es la terrible consecuencia de este “problemón” a la hora de hablar de consejería bíblica. Pese a las exhortaciones bíblicas de ayudarse mutuamente, la vergüenza hace a menudo que uno se repliega en sí mismo como un caracol, si bien podría beneficiarse de la ayuda de otros compartiendo en confianza ciertos problemas. Hay una diferencia de género en este particular, a las mujeres les resulta en general más fácil abrirse entre ellas que a los hombres). Muchas veces, hace falta que el problemón adquiera dimensiones enormes para que por fin, y desgraciadamente a menudo demasiado tarde, uno decida a salir del cascarón en busca de ayuda. Pues hay algunos problemas que nos enredan y para los que sólo acudir al Señor no es suficiente.

Lanzarse cuando uno se siente inseguro es difícil pero fundamental. Hay que vencer la barrera de la vergüenza, es capital para ciertos problemas. La humildad es vital, mucho más que para hablar un idioma extranjero en un principio.

Pero si bien nuestra fragilidad, fruto de la Caída, y nuestro instinto aislador actúan como una poderosa fuerza de gravedad que desembocará en el peor de los casos (para los que rehúsan la mano tendida del crucificado) en el frío aislamiento tenebroso del infierno, nuestro Señor y Salvador Jesucristo desea sacarnos de ella, tomándonos de la mano para que acudamos especialmente en la hora de la prueba a un hermano/a en la fe de confianza que ha preparado para ayudarnos a levantarnos y fortalecernos.

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Autor:

Oliver Py

Profesor, Traductor

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